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La imagen de River se desdibujó cuando era imperiosa la lucidez, con el Superclásico a la vuelta de la esquina

Una racha invicta histórica en el Monumental y la peor serie sin triunfos fuera de casa. La estadística puede señalar el presente revuelto de River, que llamativamente perdió lucidez en el campo de juego, y entre la fortuna para anotar y las respuestas de Armani, descubrió el sostén para rescatar un empate de la visita a Banfield. La igualdad 1-1 es una marca peligrosa, con el superclásico a la vuelta de la esquina, en un semestre en el que los millonarios tienen como única meta la Copa de la Liga.
Entre los relevos asomó el regreso de Aliendro –ruptura completa del tendón del pectoral– y Gonzalo Pity Martínez, que tuvo su primera citación desde su regreso al club, recuperado de una rotura de ligamentos en la rodilla derecha sufrida cuando jugaba en Al Nassr. Los dos fueron piezas de recambio en el segundo tiempo, cuando el entrenador movía elementos como si estuviera en un laboratorio.
Despojado de esa postura pasiva y dubitativa, cuando los engranajes empezaron a aceitarse River pasó de dominado a dominador. La diferencia de los momentos de zozobra y pulso firme estuvo en la eficacia y la fortuna: en ataque, un rechazo sobre la línea de Coronel rebotó en Solari y rompió la paridad del marcador, después de una jugada que contó en los pases finales con la participación de Simón, Nacho Fernández y Rondón.
El gol fue un estilete que se clavó en un cuerpo que llegó herido a la cita –tres derrotas consecutivas y una posición inestable y comprometida en la tabla de los promedios- y envuelto en un clima enrarecido, entre las señales de violencia que se sucedieron entre la rotura de uno de los vidrios del micro que trasladó al plantel al estadio y, en el inicio del juego, el grito de “ponga huevo” como bandera de la impaciencia.
Con el nuevo escenario y ante la ventaja, River no logró tomar las riendas y apoderarse de la desesperación y el adelantamiento del rival, que lejos de enseñarse doblegado volvió a ser sofocante e intenso. Con ideas por momentos confusas, pero obligando a los millonarios a refugiarse en las cercanías de Armani, que con manotazos salvadores y la ayuda del poste evitó la caída ante remates de Giménez. Un dato llamativo resultó la facilidad con la que Banfield capturaba los rebotes en la cercanía del área, lo que promovía el inicio de una nueva acción o el remate.
La tenencia de la pelota es una virtud, un sello distinguido del reciente título que obtuvo River. Una característica que no logró sostener en el actual torneo y de la que Banfield tomó nota, incomodando con la presión y forzando a los millonarios a ensayar pases de riesgo o a dividir la pelota. La imprecisión dejaba expuesto a Kranevitter, único volante de contención que no descubría colaboración en la desventaja numérica. En el barullo, Lanzini era el que menos desentonaba, aunque en el momento de las modificaciones el DT lo utilizó como variante en la primera tanda de cambios; Nacho Fernández y Barco, dos que se mostraron erráticos, tuvieron un puñado más de minutos.
Un nuevo fallo de Aliendro que derivó en otra atajada de Armani; una supuesta falta sobre el juvenil Rivera dentro del área, un innecesario empujón de Enzo Díaz a un rival sobre la línea lateral, los cambios que no rindieron... Señales preocupantes de un segundo tiempo en el que River perdió la brújula cuando precisaba encontrar el Norte. Y con Boca ahí nomás, a la vuelta de la esquina.