Formosa, primera en lectura: ¿victoria o espejismo?
Después de treinta años, Formosa aparece como primera en lectura a nivel nacional.

El dato sorprende, desconcierta y despierta preguntas necesarias: ¿es esto fruto de una verdadera transformación educativa o apenas una estadística que tapa el verdadero estado de situación?
Hace tres décadas comenzó en la provincia una lenta ruptura del paradigma educativo tradicional, con la muy mal ponderada promoción asistida. Se habló de innovación, de inclusión, de acceso. Sin embargo, en la práctica, los resultados eran mediocres, la deserción escolar preocupante, y los niveles de comprensión lectora, bajos los alumnos avanzaban de grado sin saberes prioritarios mínimos.
Hoy, repentinamente, la noticia de que Formosa lidera en lectura parece una victoria. Pero, ¿de quién es esa victoria? El propio gobernador –figura influyente del oficialismo educativo– se desligó de responsabilidades al declarar que "él no es responsable de que los alumnos no lean, los culpables son los maestros".
La frase es tan fuerte como peligrosa. En vez de asumir el rol de conducción pedagógica, se elige la vía de la acusación. ¿Qué clase de liderazgo es aquel que carga sobre los docentes el fracaso, pero se atribuye los éxitos?
Mientras tanto, el Ministerio de Educación de Formosa navega sin rumbo. El ministro actual parece haber desaparecido del escenario público. Nadie sabe con certeza qué le ocurre, si se encuentra enfermo, si renunció en silencio o si está atrapado en una de las tantas internas políticas por las codiciadas sillas en este año electoral.
La educación, sin timón, queda librada a intereses que poco tienen que ver con la formación de nuevas generaciones que exigen a gritos un lugar en la política local.
Este logro estadístico podría ser una buena noticia si viniera acompañado de una transformación real, transparente y sustentable del sistema educativo. Pero sin planificación, sin liderazgo, sin una evaluación sincera del proceso, queda la sensación de que estamos ante un espejismo: una medalla que no se corresponde con la realidad del aula, ni con el malestar de muchos docentes que se sienten abandonados.
Formosa no necesita títulos decorativos. Necesita una revolución educativa de verdad. Una que no se construya sobre el silencio, la improvisación y la culpa ajena, sino sobre la responsabilidad colectiva, el compromiso político y el reconocimiento profundo de la labor docente. Y si faltara algo más, ¡Viva Perón carajo!