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RIVER 3 - GIMNASIA 1

En un partidazo, River le ganó a Gimnasia y es puntero de la Zona A de la Copa de la Liga

El equipo de Martín Demichelis dio vuelta un 0-1 ante el Lobo y llegó a 21 puntos.

River es una especie de cubo de Rubik. Uno de esos juguetes de los setenta que te parten la cabeza cuando se desordenan y que apenas unos pocos entienden cómo resetearlo de fábrica sin perder la paciencia. Sólo River se entiende a sí mismo y sabe cómo, de repente, reorganizarse y pasar de sufrir por un pif impensado de su defensor más seguro de la temporada -Paulo Díaz- a terminar al trote, coqueteando con el cuarto gol. Haciendo alarde de esa facilidad que lo mantiene como el equipo más goleador de la Copa de la Liga y también el que mayor diferencia ostenta.

River ganó bien aunque por momentos pudo perderlo. Porque tiene una relación tóxica con el sufrimiento. Se autogestiona problemas que, a su favor, resuelve después con esa facilidad tan envidiable para convertir que genera rabia en los rivales. Gimnasia, por caso, no solo se puso arriba cuando aun sobrevolaba el humo rosáceo de los festejos de la Supercopa gracias a la definición de Domínguez: también presionó en tres cuartos para intentar forzar el error y hasta exigió dos veces a Franco Armani, quien con dos voladas elásticas le impidió el festejo de golazo a un hiperactivo Benja D.

Se entiende, entonces, que Demichelis dijera un par de fechas atrás que River todavía no estaba siendo lo que pretendía ser: es difícil entender cuál es el verdadero. Si el que fue salvado en el primer tiempo por la maravilla técnica del Diablito Echeverri, dribleando con velocidad y definiendo en modo Julián Álvarez para el empate, o el que se afianzó en el segundo tiempo, adelantándose, ganando energía con Barco pero también confianza vía Nacho Fernández. Para, así, imponerse. Y empezar el despegue.

Por lo pronto, al deté su River fluctuante le devolvió la tranquilidad: del entretiempo salió convencido a reaccionar, algo que hasta hace un par de semanas ocurría a la inversa. En el primer tiempo River manejó el ataque con Simón (en el mediocampo funciona mejor y retrocede más seguro) y Aliendro mordiendo y Echeverri como una especie de delivery de pelotas peligrosas que no halló en su mejor noche a Pablo Solari: el Pibe se autoplagió repitiendo definiciones desatinadas o centros cortos o desviados que no llegaban a Borja, un tanto desconectado.

Aunque las combinaciones por momento fluyeron, las jugadas quedaron peligrosamente en suspenso. Y Gimnasia supo aprovecharlo para inquietar a través del quite e inteligentísimo juego de De Blasis -y luego del Pata Castro- pero sin la profundidad para imponerse en la red.

Pero es ahí donde Demichelis cuenta con una gran ventaja: sus recursos para llegar al gol. Mientras que Gimnasia se agotó muscular y mentalmente y no consiguió sostener el ritmo que había logrado imponer en algunos pasajes, River tuvo combustible físico y táctico para reinventarse. Y pólvora arriba.

Y así empezó a empujar. Y a meterse de a poco en el área de un Insfrán que incluso atajando varias difíciles en la primera mitad, en la segunda no logró rozar ese bombazo de González Pirez que se desvió -paradójicamente- en el mejor defensor que tenía su equipo: Felipe Sánchez. Gol que shockeó al visitante, que se animó menos y mal, dejando espacios vacíos que aprovechó Facundo Colidio para terminar de darle mayor holgura al resultado luego de un tac precioso de Nacho F. Desatando el grito de un estadio que llegó festejando y se fue con la misma sensación...

Un gol que amplió la diferencia y cerró el partido. Materializando la parábola del juguete del rompecabezas que creó el tal señor Rubik: River se anima a desordenarse porque confía en sus facilidades para girar sobre su propio eje y recuperar su forma. Una habilidad tan valiosa como arriesgada de exponer de manera crónica. Porque en partidos de un piné más elevado no habrá tanta holgura como para reiniciar el rompecabezas.