La dignidad docente se conquista luchando
¿En qué pensamos a la hora de pronunciar la frase "Dignidad Docente"?

Varios sectores políticos e institucionales, apelando por lo general al argumento de que la mejora en la situación del docente, es decir, "la recuperación de la dignidad docente", pasa principalmente en la mejora salarial de éstos, es decir que se debe igualar el sueldo docente en relación al sueldo de otros profesionales. De esta manera, los docentes volverían a ocupar un lugar gravitante al interior de la sociedad. Se entiende entonces que, a medida que el sueldo suba, se incrementa la dignidad o respeto a la labor docente.
Pero ¿es posible reducir los alcances de esta consigna exclusivamente a una variable de índole salarial? De otra manera, ¿se podría establecer que aquella valoración especial que existía otrora hacia las y los docentes, el respeto por la condición de "ser educador", reconocido al interior de la sociedad, se retomará el día que nuestra billetera se vea más abultada?
Como organización sindical, consideramos que para poder acercarnos a una definición más certera respecto a esta idea, es preciso adentrarnos en la cotidianidad del colectivo docente, al corazón de la realidad escolar, no vista o medida desde fuera, sino desde la visión de nuestros colegas, desde las conversaciones más propias y puras que emanan de la "sala de profesores", ese lugar propio de las y los colegas donde se aprende, se trabaja y se comparte la vida también. Allí se crean relaciones de confianza y apoyo donde juntos se vuelven a reencontrar y reencantar con esta profesión que hoy por hoy se hace cada día más difícil de ejercer.
El incuestionable lema de antaño de que "detrás de todo médico, abogado, ingeniero o arquitecto hubo un maestro que los formó, orientó y educó", resuena menos en las actuales generaciones. ¿Cuáles pueden ser las causales de esta amnesia social hacia la profesión docente? La respuesta puede encontrarse justamente en la ruptura o desintegración del tejido social que sostenía esta valoración y empatía hacia las y los docentes. En otras palabras, la manera en que las relacionales sociales impuestas y naturalizadas por un contexto donde impera el individualismo han trastocado y reconfigurado la forma en que se generan los lazos entre docentes y estudiantes, entre colegas y directivos de cada escuela; y, en definitiva, con toda la sociedad.
Para nadie es un secreto que en la actualidad hacer clases es más complejo que antes. La violencia física y verbal, la indiferencia, las amenazas, el consumo, el clima laboral muchas veces hostil, forman parte del paisaje que deben vivenciar las/os docentes a diario. Esta realidad es la que le imprime a la labor de enseñar, una sobrecarga psicológica y emotiva que sobrepasa las horas de aula. Y debemos agregar una carga adicional a la ya pesada labor de hacer clases, que no es más que un aumento de la burocracia interna (planificaciones de diversos formatos año tras año, entrega de informes, ingreso de notas, reuniones etc.) un peso del que difícilmente las y los colegas pueden desligarse sin que ello no afecte su salud en el trascurso del tiempo ¿podrá compensarse aquello con bonos o más sueldo a fin de mes?
¿Entonces, qué camino debemos seguir? Ya sabemos que un salario que equipare nuestro quehacer es justo y necesario, pero solo con eso, no seremos más felices haciendo clases. La alternativa que debemos adoptar ha estado siempre a nuestro lcance. Es el camino de la organización, aquella que debe emanar desde el corazón de la sala de profesores, fortaleciendo la unidad gremial. Debemos asumir que la responsabilidad de organizarse y luchar recae siempre en nosotros, y que nuestro deber es crecer día a día en compromiso. ¿Cuál debe ser el foco de nuestras demandas? La mejora de las condiciones laborales que nos afligen desde nuestros puestos de trabajo; cuyo accionar se debe plasmar en proponer, demandar, develar y enjuiciar las causales y causantes de los atropellos a nuestra dignidad. "Porque la dignidad docente se conquista luchando".