Haters gonna hate". Los odiadores van a odiar. En tiempos en los que la opinión de todo el mundo está a un click o un scroll de distancia, LeBron James tiene sus detractores. Uno imagina que son menos que sus adeptos, pero no le escasean. Consumado su cuarto título en la NBA con su tercera franquicia distinta (Los Angeles Lakers), a los haters cada vez les quedan menos argumentos.
A diferencia de grandes estrellas que encontraron un hogar, se acomodaron y nunca más se fueron -y nadie dice que ello esté mal-, James es inconformista e inquieto por naturaleza. Por eso no dudó en irse de Miami cuando acumulaba cuatro finales consecutivas, con dos anillos, y tenía todo para construir una dinastía de vaya a saber uno cuántos años junto a Dwyane Wade y Chris Bosh.
"Mi relación con la ciudad es más grande que el básquet. No lo veía hace cuatro años; ahora sí", dijo en 2014 cuando volvió a Cleveland, en su estado de Ohio natal. Y le dio a su hogar el título que no había conseguido en su primera etapa (2003/2010).
"Lo más difícil es dejar lo que construí", aseguró al dejar el Heat. No le importó volver a hacerlo en 2018, después de romper la hegemonía de Golden State y forzar a los Warriors a armar un equipo casi nunca visto (con cuatro All-Stars) para vencerlo.